Ser torero, es ser de una casta distinta

Hoy se conmemoran los 30 años del día en que mi Padre, sufrió su cornada mortal. Muchos no entenderán su profesión, su vocación…
Hace un tiempo escribí esto que especialmente hoy, quiero compartirles.

Hablarle hoy a una generación que difícilmente entiende lo que es el mundo del toro y hacerlo sobre un hombre que hace treinta años entregó su vida en una pequeña plaza, aún cuando era la máxima figura… no es tarea fácil.

Cómo explicar, en pleno siglo XXI, que existe un arte donde la pasión es el cimiento, en el cual la fuerza bruta de una bestia se entreteje, en un lenguaje único, con los silencios de un hombre que busca descifrar, entender, enamorar y llevarla a la gloria, siendo rodeados por un público que es tan sólo un espectador de esa intimidad irrepetible, inquebrantable y mítica.

Y trataré de hacerlo porque quienes venimos con estos genes en el cuerpo, tarde o temprano nos mueven el alma, y nos vemos en el compromiso de hacer entender, que más allá de un simple espectáculo, brutal para algunos, es una forma de expresión del arte, de sacar en un ruedo lo que otros en un papel, en un lienzo o en una partitura.

Ser torero, es ser de una casta distinta… Poder vestir como el más delicado de los bailarines y tener el valor del más grande guerrero, pero a la vez, poseer la inteligencia de un sabio para entender, a través de una mirada, la realidad del encaste que espera tenga su mejor amigo, el toro.

Un torero es distinto, porque todo ser humano le huye a la muerte, pero él no. Él juega con la muerte, para amar la vida. La muerte es su constante, su compañera, el peligro es su lenguaje; y es que ese llamado lo lleva muy dentro y nada diferente a estar frente a un toro, es capaz de acallarlo. No es el peligro por sí mismo, es el resultado de enfrentar un animal de 500 kilos, único e irrepetible, al cual ante todo sobre todo se le respeta, se le ama y se busca inmortalizar.

 

Porque la lidia es eso, un acople perfecto, es poder descifrar el torero los genes que cuidadosamente por generaciones ha buscado el ganadero, para en unos pocos minutos permitir que esa casta, la del toro y la del torero, transformen una lucha irracional en un dialogo perfecto, una perfecta armonía, uno solo, toro y torero…

Y difícilmente podría conocer a un hombre con tanta pasión por este mundo como lo fue mi padre Pepe Cáceres.

Un gran soñador, que siendo muy niño en las calles empedradas de Honda, imaginó torear en España y lo logró: En la Real Maestranza de Caballería en Sevilla, por primera vez un torero colombiano tomó la alternativa.


Con la suficiente tenacidad como para entablillar sus infantiles piernas para que no se doblaran sus rodillas y poder permanecer frente al toro, aprendiendo a dominarse a si mismo y venciendo sus miedos.

Dueño de una elegancia, señorío y gallardía que despertaba admiración y respeto por donde pasaba, dentro y fuera de los ruedos; con un corazón generoso que siempre estuvo presto a torear para ayudar a trasformar realidades económicas dolorosas de quienes buscaban su apoyo; con una disciplina férrea, que le permitió a los 53 años un estado físico sólo comparable con el de un joven soldado que se prepara para la guerra; con la honestidad suficiente para vestirse de luces, por última vez, con el mismo compromiso, ilusión y entrega, que cuando lo hizo como novillero; con el desprendimiento suficiente para enseñar a los que venían atrás, todo lo que con sangre, lágrimas y cornadas, él había aprendido…

Un creador, porque a fuerza de muchas horas de tener el capote entre sus manos, de acariciarlo, de dominarlo, de fundirse en el siendo uno solo, gestó lo que únicamente un maestro es capaz: Crear donde al parecer ya todo esta creado; así nació la cacerina, el lance del Maestro de América.

Y ése, José Eslava Cáceres, fue mi padre.

El que siempre añoraré, y echaré de menos no haber conocido y disfrutado…. La vida misma no lo permitió.

Por: Luigi echeverri

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