El arte de la izquierda para cambiar la acepción moral y política de las palabras
El comunismo solo tiene como tarea pendiente crear un diccionario con las palabras que se apropian y pervierten para disfrazar sus mentiras y embellecer sus acciones. Pero no solo eso, el trabajo debería extenderse a dichos y maneras de hablar de los mamertos que la opinión, a fuerza de tanto oírlas, termina por aceptarlas como si su sentido fuera justo o reflejara la realidad.
Veamos un ejemplo. El “paro cívico”, muy usado por estos días. Ese término fue inventado por los marxistas criollos para darle una connotación positiva a lo que viene siendo vandalizar o destruir. La frase “Paro cívico” es, en realidad una frase en que sus dos términos son opuestos. Un “paro” nada tiene de “cívico”. Un paro no puede ser cívico. Cívico quiere decir de ciudadanos, de gente educada y civilizada. En un paro la violencia está siempre presente.
En el hablar colombiano, un paro es una huelga intempestiva y hasta ilegal. En castellano un paro es otra cosa: es “una interrupción o cese de una actividad laboral, particularmente la realizada por los patronos, en contraposición a la huelga de los empleados”, según la RAE. En Colombia, la izquierda logró convertir la palabra “paro” en sinónimo de huelga, es decir en un acto que puede ser legítimo y legal (si no es violento), en un derecho obtenido por el mundo sindical y por los trabajadores. Pero lo que en realidad es para los supuestos marchantes es la suspensión violenta de las actividades de una ciudad y suponen que en un “paro” deben participar, voluntariamente o por la fuerza, todos, no solo los obreros y trabajadores.
El invento de la fórmula “paro cívico” fue muy hábil. En la fórmula “paro cívico” esa connotación negativa desaparece. Es más, aparece como una acción justificada, necesaria y legítima.
Recordemos el «paro cívico» de 1977. Ese paro dejó un saldo de 23 muertos, un número indeterminado de heridos y 400 detenidos. Los desórdenes en varias ciudades duraron dos días y un año después, el 12 de septiembre de 1978, un comando comunista asesinó a balazos al ex ministro del Gobierno que le había hecho frente al paro insurreccional, Rafael Pardo Buelvas, en su propio domicilio, delante de su esposa. Ese fue el fin del paro cívico de 1977. Luego, los “paros cívicos” no tienen nada de “cívicos” y sí son, por el contrario, una pavorosa arma criminal de la subversión comunista.
Los “paros cívicos” que decretan y dirigen hoy los jefes de las Farc-partido, junto con los caciques de Fecode y de la CUT contra el gobierno, son de la misma naturaleza de aquel paro de 1977: producen muertos, heridos, detenidos y destrucciones de todo tipo. No ha acarreado el asesinato de un ministro, pero el ministro de Defensa, Carlos Holmes Trujillo, ha sido amenazado de muerte por una banda narco-terrorista. Esos elementos, apartemente inconexos, hacen parte de un mismo proyecto, querer negociar el comunismo en Colombia. Así que, ¿cómo es posible que sigamos creyendo que en esas revueltas sangrientas hay algo de “cívico”? la frase «paro cívico» tiene un poder desinformador inimaginable, que como colombianos tenemos que dejar de llamarlo así.