En política no existe lo políticamente correcto.
Por: Benedicto Truman.
Algunas personas llevadas por los nuevos ropajes de la remozada ideología marxista intentan aparear el bien o lo bueno con los métodos de gestión política de su agenda amañada de pensamientos decimonónicos, siguiendo como borregos el mejor estilo del cientificismo que deriva de uno de los pensadores de la sospecha por excelencia: Marx.
Mientras se llenan la boca sentenciando que ‹‹el fin no justifica los medios›› y se lamben por condenar los métodos de intervención de la economía liberal, impulsan las formas de contestación y boicot de la protesta popular que controvierten la tranquilidad ciudadana y el orden cívico. Como sí ¡el fin si justifica los medios, ah! Lo políticamente correcto como las maneras en que procuran liberarnos vuelve a quedar en entre dicho.
Quisieran al mejor estilo de una de filosofía de la ética equiparar el bien con los métodos radicales. Anhelarían crear un vínculo sine qua non entre la mayor bondad y la economía política de la mal llamada izquierda. No se trata aquí de hacernos los cabezas dura para reconocer los fracasos de sendos modelos económicos: tanto de la economía política del marxismo como la del capitalismo. Se trata aquí de reconocer que no hay una solución y que ninguna política ni acaso alguna ideología económica o política está en poder del bien, la verdad o la entera belleza. Que no hay un único medio que asegure ningún mayor fin. Que todos adolecen de las falencias humanas, que ningún sistema es en sí mismo bueno ni malo ni correcto ni incorrecto. Y que el bien es distinto a lo correcto o incorrecto considerado por alguna u otra ideología política.
Una vez claros, poseemos instituciones que regulan la administración política de nuestro bienestar: el estado democrático y sus instituciones. Si le va bien a la conducción de los estados y al gobierno, cuidadosamente vigilados por la opinión pública y auditados por los organismos de control, nos va bien a todos. Por ello lo importante de saber elegir bien a los mejores candidatos, pero no porque estén en posición de la verdad, o el bien o lo correcto a causa de su adherencia a uno u otro proyecto político, sino por la sabiduría y mesura para tomar decisiones.
El presidente Iván Duque es tachado por algunos dentro su partido por no imponer decisiones a la brava y es sindicado por quienes no militan con el uribismo de adelantar una agenda de derecha y neoliberal que tiene el desempleo por las nubes. El presidente Trump es señalado por los demócratas de misógino, maltratador, xenófobo, violento, machista.
Por otro lado el gobierno Duque ha logrado que la economía colombiana se reactive y crezca a un 3,4% en 2019 y en 2020 lo hará a un estimado del 3,6%. Ha dado señas de ser un demócrata y conciliador que se decanta por las vías de diálogo en detrimento de las soluciones coercitivas. Ha impulsado una agenda de renovación económica que jalona el sector naranja y ha cumplido muchas de las propuestas con las que se comprometió en su candidatura. Son muchas las hectáreas de coca que se han reactivado, políticas para reactivar las finanzas del sector salud están en marcha, miles de hogares se han beneficiados con casa digna y la cuenta puede seguir. En opinión de muchos el presidente es sereno, sosegado, tranquilo, analista, conciliador.
Por su lado y pese a las tachas el presidente Trump ha mostrado ser efectivo. Son seis millones los nuevas plazas de trabajo creadas en su administración, 500 mil los puestos de trabajo de manufactura, ha reducido la inmigración ilegal que aumenta los índices delictivos, el Estado Islámico ha visto golpeado fuertemente su estructura y su cabeza ha sido dado de baja.
Ambos jefes de estado independientemente de sus posiciones políticas tienen resultados que mostrar y han podido cumplir en la medida de las limitaciones contingentes. Si se apartan de las máximas ideologizadas de los políticamente correctos, no tienen por qué afanarse pues cómo se ha visto no existe nada como lo políticamente correcto, que esté más acá del bien general y de los postulados más hondos de la ética y la dignidad humana.