La violencia revolucionaria

Por  Fernando Alvarez

Las denuncias de Patricia Casas, esposa del concejal Hollman Morris, sobre violencia intrafamiliar corren el riesgo de pasar a los anaqueles de la ignominia. Tal como ella lo temía y lo expresó públicamente el poder del aspirante a la alcaldía de Bogotá puede hacer que ella quede como la victimaria y el concejal salir airoso como la víctima. Ya se ven los intentos de generar ese tipo de esperpentos justificacionistas como los que aparecen cuando una mujer es violada y se riega la especie de que la culpable era ella por llevar minifalda o por ser provocadora.

En general cada vez que se presentan las acusaciones de una mujer sobre la violencia de su marido surgen las consabidas explicaciones que apuntan a dejar a la mujer como una loca, una obsesiva o alguien que de una u otra manera genera los actos de violencia, cuando no es acusada de ser la que violenta al pobre macho. Y justamente una de las razones por las que estas víctimas casi nunca denuncian es porque al final terminan revictimizadas ante la indolencia de la sociedad y las desviaciones que casi siempre manejan los hombres violentos.

En sus entrevistas en La W con Vicky Dávila algo quedó claro, que Patricia Casas argumenta que su esposo ejerce la violencia económica, sicológica y física desde una conducta de adición y consumo de sustancias sicoactivas y que el concejal intenta poner un espectro de invisibilidad a los hechos acusando al expresidente Álvaro Uribe de ser el culpable de que él haya caído en las drogas, debido a la supuesta persecución que ejerció su gobierno contra el periodista. Pero lo que más llamó la atención de Morris es su capacidad para esquivar las preguntas.

La violencia intrafamiliar es un tema en el que los izquierdistas manejan a la perfección la doble moral prácticamente sin ningún desparpajo. Con el cuento de que los burgueses son los violentos se ha construido una especie de patente corzo para que los machos de la izquierda puedan ejercer su violencia incluso en algunos casos legitimándola. Los golpes físicos y sicológicos contra las mujeres y los maltratos a los niños en este sector político son más comunes de lo que parece y mucho más permanentes de lo que aparentan.

De hecho sus concepciones sobre la familia son unas veces despectivas y otras de subestimación total. El marxismo considera a la familia como una célula económica y no es casual que la historia cuente que uno de los hijos de Carlos Marx murió desnutrido por cuenta de que el hombre que quería transformar el mundo consideraba secundario atender a su familia. Por alguna razón los izquierdistas piensan que por ellos ocuparse de la humanidad entera tienen derecho a cometer este tipo de actos violentos y sus seguidores tienden a exonerarlos.

Esta es la razón por ejemplo por la que Daniel Ortega el presidente sandininsta de Nicaragua ha logrado incluso evadir la justicia en su país cuando fue acusado de abusar sexualmente de su propia hija. Para no ir tan lejos en Colombia hace un par de años otro periodista mamerto, Antonio “El Loco” Morales fue acusado de haber violentado a una de sus novias, Ana María González Olaya denunció que había sido víctima de maltrato físico y acceso carnal violento. “El Loco” lo negó en medios y el caso duerme en la Fiscalía. Morales campante con sus noches de juerga y vicios.

Otro caso de estos machotes mamertos que vale la pena recordar sucedió hace unos 15 años cuando en un e-group del Polo Democrático Malena Ortegón Medina denunció al columnista y politólogo León Valencia de haberle propinado una golpiza monumental cuando era su compañera en Uruguay. “León me golpeó brutalmente hace un mes. Terminé en un Hospital de Montevideo con el cuerpo y el alma rotos”, escribió en Noviembre de 2003. Malena después fue silenciada con cargos y contratos que le dieron en los gobiernos de Lucho Garzón y de Gustavo Petro. Pero sus moretones en el alma aún subsisten.

Estos casos hacen que inevitablemente llegue a la memoria un hecho que ocurrió en la década de los setenta en el Movimiento Camilista (M-L). Nacho, un militante radical terminó golpeando a palo a su mujer y a su suegra y cuando los compañeros le preguntaron sobre las denuncias que hacía su compañera, no tuvo problema en defenderse con el argumento de que Marx había dicho a que a violencia reaccionaria, violencia revolucionaria y como según él cuando esposa y suegra le exigían responsabilidades en el hogar eran enemigas de la revolución, luego había que aplicarles la violencia revolucionaria.

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