La reparación de las víctimas; más allá de la Indemnización
Colombia debe iniciar ahora el definitivo camino hacia la paz. Y este camino sólo es posible recorrerlo de manera segura y sin vacilaciones, si en primer lugar las víctimas son cobijadas por medidas técnicas y amplias de rehabilitación, surgidas necesariamente de una política de salud mental “especial” para los afectados por el conflicto, medidas éstas que vayan mas allá de las apenas esbozadas en la ley y contempladas en las programas de atención integral y psicosocial y que superen el “indemnizacionismo” como mecanismo esencial de reparación. En segundo lugar por la asunción de medidas que garanticen en realidad de verdad la no repetición de las acciones de victimización, con lo cual es imperativo, erradicar en los próximos años los factores objetivos que generaron el conflicto, dentro de los cuales la economía paralela del narcotráfico es uno de los primeros a combatir y eliminar.
El desconocimiento de la victimología en su verdadera esencia; “el impacto psíquico que produce un episodió traumático vivido por una persona, y que la inhabilita para asumir su vida de manera adecuada y benéfica”, y por el contrario la victimología entendida primordialmente desde las variables económicas y jurídicas, lleva a que las políticas que se construyen a partir de estas concepciones para la reparación de víctimas, sean mucho menos eficaces y por sobre todo no logren sanar a las personas y a la sociedad que se ha visto enfrentada a un evento doloroso.
Nuestra ley de víctimas y las medidas surgidas a partir de ella, tienen el sesgo mencionado; ahondan exegéticamente en cada uno los aspectos involucrados en la indemnización a las víctimas del conflicto armado colombiano, incluso son tan amplias en ello, que no incorporan dentro de la indemnización, otros aportes en especie que el estado entrega a las víctimas para repararlas, pero por el contrario, hunde apenas superficialmente sus raíces en los componentes de rehabilitación y satisfacción, esto es; desarrollan acciones de atención integral y psicosocial que requieren ser ampliadas, agilizadas y reestructuradas a a partir de modelos de intervención psicoterapéutica basados en evidencia científica.
Nada mas lejano a la reparación de una víctima que la no elaboración (en sentido psicológico y por tanto terapéutico, es decir; sanador) del dolor.
No es la sola restitución de tierras, no es sólo la beca de estudios, no es únicamente el dinero entregado, lo que logra que una víctima, independientemente de la orilla a la que haya pertenecido, de la condición económica que tenga o haya tenido, lo que le devolverá su seguridad y su auto-estima.
Es la intervención psicoterapéutica, obviamente basada en evidencia científica, con los millones de víctimas colombianas, lo que logrará sanarlas del miedo y la ansiedad y el desasosiego insoportable que ha devenido después del trauma vivido, de la tristeza y la depresión desesperante que hace que el suicidio aparezca como única salida cuando no lo son el alcohol u otras drogas, del odio y la rabia interminable con el otro, el vecino, el transeúnte porque todos representan al enemigo, del miedo paralizante y el cuerpo sudoroso y trémulo ante la cercanía de un hombre, porque es un hombre, entonces un violador, de la sensación persecutoria permanente que impide vivir en paz, del no sentirse valioso, amado y protegido por el Estado, en fin de las decenas y decenas de sensaciones y comportamientos que deja en cualquier persona el terror que hemos vivido.
Los billones de pesos invertidos y los billones y billones que se calculan habrán de invertirse en la indemnización de las víctimas no servirán por si solos para conducirnos hacia la paz verdadera. Necesitamos una “política especial de salud mental” para las víctimas. Necesitamos llevar a cabo la mejor política de salud mental jamás vista con posterioridad a al terror de un conflicto armado, entre otras razones porque este conflicto fue de décadas y se dio con el inmenso aporte de la economía del narcotráfico, tuvo lugar en el país deshonrosamente posicionado como el primer productor y exportador de cocaína del mundo.
Las víctimas de este holocausto nacional deben contar en todos los rincones del país con centros de orientación y tratamiento técnicamente dirigidos por expertos en salud mental, y con brigadas de salud mental in situ, que siguiendo protocolos de intervención probados en su eficacia y dadas nuestras características idiosincráticas, logren sanar a millones y millones de compatriotas de los traumas que les dejó la violencia, con lo cual entonces sí, la tierra restituida, el negoció emprendido, la beca otorgada, cobra sentido y refuerce el nuevo valor de la existencia.
La vivenciación del dolor, técnicamente acompañada, y con ello la “resignificación” emocional del mismo (a diferencia de una narración) permiten a la persona víctima, surgir fortalecida de la situación, perdonar y perdonarse, y proyectarse vitalmente de manera constructiva y feliz. Muchas víctimas de un conflicto además, dadas las honduras y dimensiones del mismo requerirán intervenciones mas clínicas y psicofarmacológicas.
De otra parte, las nuevas medidas también deben ponderar al máximo las acciones de Satisfacción, contenidas en la Ley pero apenas señaladas y no iniciadas. Nada más restaurador en la mente de una víctima que el símbolo del perdón pedido, del honor y la reverencia hecha canción, hecha libro, hecha documental a la condición de haber sido una víctima, para que perdure en las mentes de las nuevas generaciones y no permitamos que se repita jamás. Y para ello es necesario que entendamos que el narcotráfico y su capital corruptor y demencial, debe desaparecer de nuestra economía y nuestra sociedad, porque tiene la fuerza telúrica de regresarnos a la horrible noche de violencia.
Miguel Bettin.
Ph. D., en Psicobiología, U, Complutense. MSc. Drogodependencias, U. Barcelona.